Desde que tomé un par de decisiones *no muy inteligentes* en mi último año de instituto, mis rodillas, mis oídos y, en general, mi salud en general se han resentido mucho. En mi último año de instituto decidí no jugar al baloncesto de selecciones, AAU o de instituto por primera vez en 6 años, y en su lugar opté por ir al gimnasio y jugar partidos a campo completo durante 2-3 horas al menos cinco veces a la semana. Tener un entorno de equipo estructurado con entrenamientos y partidos programados con regularidad significaba que mi cuerpo seguía exactamente el mismo programa día tras día, y nuestros entrenadores siempre sabían cuándo relajar el entrenamiento o cancelarlo si habíamos tenido una semana especialmente dura. Todo esto significaba que mi cuerpo, y mis rodillas en concreto, estaban en buena forma y bien cuidadas durante la mayor parte de mis estudios de secundaria y bachillerato. Sin embargo, como he mencionado antes, en mi último año todo esto cambió cuando abandoné este patrón estructurado y repetitivo en favor de uno que no tenía descansos y que era tan impredecible como el tiempo en el que jugábamos (¿he mencionado ya que soy de la lluviosa Seattle?). Jugaba entre 15 y 20 horas a la semana sin parar de jugar al baloncesto en toda la cancha, con cantidades insanas de cortes, carreras, saltos y paradas, a diferencia de las 6-10 horas semanales en el instituto, que se componían principalmente de regates, tiros y jugadas al 50% de velocidad durante largos periodos de tiempo. Fue todo un cambio de ritmo, por no decir otra cosa, y es seguro decir que mi cuerpo pagó el precio.

Mis rodillas simplemente no podían aguantar el tiempo y la intensidad extra, y poco a poco empezaron a dolerme. Después de lo que yo consideraba una sesión "normal" de 3,5 horas en el gimnasio, en la que jugaba entre 8 y 10 partidos, empezaba a sentir un dolor intenso en la rótula, que al principio atribuía al cansancio de jugar tanto tiempo y estar fuera de forma. Sin embargo, poco después de que estos problemas reaparecieran y tras un desafortunado incidente en verano en el que salté unas escaleras y caí tan fuerte que no podía caminar, me di cuenta de que mis problemas de rodilla no eran triviales. Por desgracia, el pediatra que me atendía en casa no estaba precisamente cualificado para diagnosticar el problema y, justo antes de irme a la universidad, me dijo que todo estaba bien y que no tenía de qué preocuparme; que me pusiera hielo y me estirara y que todo iría bien. Por desgracia, las cosas no fueron tan sencillas y, con el tiempo, me di cuenta de que su plan de reposo y recuperación no iba a ser suficiente.

Al llegar al campus, seguí jugando al baloncesto, haciendo estiramientos y, de vez en cuando, aplicando hielo, como me había sugerido mi médico. Por desgracia, después de hacerlo durante un año, tomé la decisión ejecutiva de que no iba a ser la solución definitiva. Decidí probar suerte en el centro de salud y bienestar de la universidad, conocido como hell-well por los estudiantes, y ha sido sin duda una de las mejores decisiones médicas que he tomado nunca. En cuanto entré, me hicieron una serie de pruebas exhaustivas y me diagnosticaron tendinitis rotuliana, además de indicarme la rutina exacta de ejercicios que debía hacer antes y después de cada esfuerzo deportivo. Además, el médico que me atendió me colocó un montón de dispositivos aparentemente aleatorios alrededor de la rodilla y luego me mostró una férula específica que aliviaría el dolor de la tendinitis y que era específica para jugadores de baloncesto. Me sorprendió mucho que un sistema sanitario universitario gratuito pudiera ser tan amplio y exhaustivo y atender tan bien mis necesidades individuales.

Dicho todo esto, salí de la consulta pensando: "Bueno, ha sido mucho mejor que mi pediatra, pero al final lo único que he conseguido han sido una serie de ejercicios y la recomendación de una férula"... oh, qué equivocado estaba en mi análisis. En cuanto me enviaron la férula, una semana más tarde, probé a usarla con escepticismo en coordinación con los ejercicios recomendados. Sorprendentemente, no sentí dolor alguno ni antes, ni durante, ni después de tocar. "Es sólo una casualidad de la primera vez, suerte de principiante", pensé. Pero no, cada vez que he tocado, hasta el día de hoy, la combinación de ejercicios y la férula que me encargó Hell-Well me ha mantenido sin dolor, y no puedo estar más agradecido.

Desde aquel día, he vuelto al Hell-Well en numerosas ocasiones y siempre he salido sintiéndome mejor que cuando llegué. He tenido problemas de audición que un equipo de cinco médicos ha trabajado conmigo para arreglar y mantener, me han dado planes de tratamiento personalizados para combatir la gripe y el resfriado común, y he recibido un montón de vacunas y inmunizaciones de Hell-Well que de otro modo no habría recibido si hubiera esperado a volver a casa. El centro de salud y bienestar Johns Hopkins me ha salvado en numerosas ocasiones, y es a ellos a quienes dedico este blog; desde el fondo de mi rótula... gracias Hell-Well.