Por Isabella

Ya fuera soplando velas, escribiendo una carta a Papá Noel o esperando a que el reloj marcara las 11:11, mi único deseo de niña no era tener algo, sino a alguien. Quería un hermano. Siempre miraba a mis amigos y pensaba en lo afortunados que eran por tener hermanos y hermanas con los que jugar, mientras que yo me quedaba sola en casa con mis padres.

Sin embargo, estos sentimientos cambiaron pronto y mi vida se transformó, cuando mis padres llegaron a casa con mi nueva hermana, Mia. Y aunque Mia era una perra Lhasa Apso peluda, más que la hermanita o hermanito humano con el que soñaba, me ayudó a aceptar e incluso valorar mi vida como hija única. Sin embargo, me di cuenta de que me llevaría mucho más tiempo, y mucho más que un perro, aceptar las otras formas en que me sentía sola dentro de mi grupo de amigos y de mi comunidad en general.

Vivir en una ciudad predominantemente blanca y asistir a una escuela con una población de aproximadamente un 75% de estudiantes blancos ha tenido un gran impacto en la forma en que veo mi yo filipino. Mientras mis amigos comían sándwiches de pavo y queso en el almuerzo, yo picoteaba en secreto el tradicional pollo adobado que mi madre me había enviado ese día. Me quedaba mirando mientras mis compañeros hacían bromas estereotipando y generalizando a los asiáticos en una sola categoría, aun sabiendo que había grandes diferencias entre nuestras culturas. Durante las clases de estudios sociales, me di cuenta de que aprendía más sobre la ascendencia de mis amigos que sobre la mía propia. En consecuencia, empecé a aceptar la idea de que mi ascendencia era menos importante y algo de lo que avergonzarme. Cuando mis amigos venían a casa, disimulaba los penetrantes aromas de los manjares filipinos que mis padres inmigrantes preparaban con pasta y hamburguesas, me reía de los incidentes en los que los padres o los profesores me confundían con la única niña filipina de mi curso y reconocía que lo normal era aprender únicamente historia de Europa y Asia Oriental en las clases de historia universal. Empecé a creer que la asimilación era el único camino hacia la aceptación y la única forma de sentirme menos sola en mi comunidad.

No fue hasta que entré en el instituto cuando me di cuenta de lo equivocada que estaba. Aunque no me encontré con un aumento de la diversidad en términos de etnia, vi un aumento en el espectro de perspectivas a mi alrededor. A través de las asignaturas optativas, los clubes y las actividades, el alumnado con el que me encontré desde mi primer año era de mentalidad abierta, así como política y culturalmente activo y comprometido, y me uní a él de inmediato. En los torneos de oratoria y debate, hablaba con estudiantes de todo el mundo, mientras que en los debates entre el Club de Demócratas de Secundaria y el Club de Jóvenes Conservadores de mi instituto, disfrutaba escuchando y exponiéndome a diferentes puntos de vista. De repente, ya no estaba dispuesta a sentirme derrotada y, en cambio, empecé a sentirme segura de mostrar mi orgullo filipino. Presenté a mis amigos toda una serie de platos filipinos, desde la lumpia hasta el toron, hice preguntas a mis profesores de estudios sociales sobre la historia y la situación actual de Filipinas, y ya no me veía a mí misma y a mi origen como lo que me diferenciaba de los demás y causaba mis sentimientos de soledad, sino como algo que debía abrazar.

Cambié mi narrativa de "sola" a "única", y me esfuerzo por difundir entre mis compañeros el mensaje de que ser diferente puede y debe ser la norma. No sería quien soy sin mi origen filipino, y aunque la comunidad en la que vivo es lo que antes me hacía sentir sola, también es lo que me dio la posibilidad de aprender, crecer y ampliar mi apreciación de lo que me hacía única.

Comentarios del Comité de Admisiones

La narración de Isabella muestra cómo su identidad filipina ha evolucionado con el tiempo, pasando de sentirse "sola" a "única" en su comunidad. Sin esta parte de la solicitud, es posible que el comité de admisiones no hubiera comprendido este importante aspecto de su experiencia. Sabíamos por la lista de actividades de Isabella y sus cartas de recomendación que es activa en su comunidad, pero este ensayo muestra por qué determinados clubes, conversaciones y preguntas son importantes para ella. Podemos imaginar a Isabella prosperando en Hopkins dados sus ejemplos de encontrar oportunidades para abrazar la diversidad de puntos de vista e identidades.